V Domingo de Pascua

Ciclo B

28 de abril de 2024

“Yo soy la vid verdadera”, dice Jesús. “Yo soy la vid, ustedes los sarmientos”. Y también: “mi Padre es el viñador”. Una imagen sugestiva que no pierde actualidad. Que nos insinúa el vino nuevo de las bodas del Cordero –la Eucaristía–, la fiesta perenne de la comunión con el Padre por medio de su Hijo. El tono permanente del júbilo pascual que, una vez purificados por las palabras que nos ha dicho, nos establece como expresión de la gloria divina a través de los frutos que damos cumpliendo sus mandamientos. Elocuencia en la historia del amor eterno de Dios gracias a la permanencia en Cristo, el único por medio del cual tenemos vida.

Cuando el amor de Dios nos toca, no amamos solamente de palabra. Amamos de verdad y con las obras. La verdad del amor es la que depende del amor de Cristo. Amamos y adoramos al Padre en espíritu y en verdad cuando nos hemos adherido a Jesucristo, cuando creemos en Él, cuando permitimos que su enseñanza oriente nuestros pasos. La verdad de ese amor no es sentimentalismo, ni un vago afecto, ni puros buenos deseos. Es hacer lo que agrada a Dios, conforme a sus mandamientos. Es la verdad de adecuar todo lo que somos y hacemos al designio divino. Esto no consiste en una respuesta automática a su ordenamiento. Él nos ha hecho libres, y por lo tanto la gloria que le damos integra nuestra voluntad. Es la efectiva ejecución, convencida y generosa, lúcida y comprometida, del proyecto de Dios, con la originalidad de nuestro ser, con el ímpetu de nuestra vitalidad, con la creatividad de nuestro espíritu. Es la interpretación en el instrumento musical de nuestra carne de lo que el Espíritu Santo nos concede realizar como amor mutuo, como verdaderos discípulos del Señor, para gloria del Padre. La savia divina de nuestra melodía depende de la participación en el amor divino, por nuestra permanencia en Él. Nosotros permanecemos en Él y Él en nosotros, de modo que la misma intimidad del Hijo con el Padre se nos participa en el Espíritu. El tono glorioso del testimonio depende precisamente de esa vitalidad, que se nos confiere por gracia. Es vida divina, vida eterna, vida buena, realizada en la verdad de nuestra humanidad, de nuestra temporalidad, de nuestra fragilidad.

La eficacia del don de Dios en nosotros no prescinde de nuestras luchas, incluso de nuestros errores. Pero alcanza la paz en la confianza última en Dios. En descubrirnos transparentes ante Él, y en continuo proceso de conversión. Cuando perseveramos en el amor de verdad, delante de Dios tranquilizamos nuestra conciencia de cualquier cosa que ella nos reprochare, porque Dios es más grande que nuestra conciencia y todo lo conoce. Esto no nos exime del bien que debemos realizar, ni convierte en virtud nuestras faltas y pecados. Pero al dejarnos permear por su verdad, por su misericordia, por su mirada compasiva, reconocemos una fuerza que nos perdona, que nos levanta, que nos lava, desde la cual los mandamientos adquieren renovada vigencia como vocación y como tarea, como posibilidad y como destino. Esa fuerza es precisamente la que nos otorga el enraizamiento en Cristo. No resuelve antes de tiempo los problemas, ni garantiza nuestra fidelidad a costa de lo objetivo. Pero sí entrega la salvación que proviene de la pascua, haciéndonos capaces de actuar conforme a la verdad.

No extraña que los procesos de conversión lleven su tiempo, y no se resuelvan inmediatamente. Incluso que generen suspicacias. Los Hechos de los apóstoles nosnarran que cuando Pablo regresó a Jerusalén, trató de unirse a los discípulos, pero todos le tenían miedo, porque no creían que se hubiera convertido en discípulo. La suya, sin embargo, era una disposición genuina. Destaca que Bernabé lo presentara a los apóstoles y diera testimonio a favor suyo. Pablo predicaba con valentía, incluso era perseguido, pero los frutos misioneros que fue obteniendo provenían en última instancia del don de Dios que se le había conferido. Era su respuesta a Cristo, que le había hablado en el camino, y de su docilidad al Espíritu, en la libertad que le confería la autenticidad de su existencia. Era una conversión real. Pero al mismo tiempo él nos confirma que el espacio desde el que se disciernen esos frutos es la misma Iglesia. La suspicacia, razonable por demás, de los discípulos, logra vencerse por la intercesión de Bernabé y por la constatación posterior de los apóstoles. Los frutos de su generosidad se volverán la carta de presentación definitiva de su efectiva pertenencia a Cristo y lo mostrarán como constructor de la Iglesia.

Con la paciencia fecunda del Espíritu, nosotros deseamos también ser sarmientos bien arraigados en el Señor, que den frutos de salvación para gloria del Padre. Deseamos vivir en el amor que se nos confiere en Cristo, y participar desde nuestro misterio en el cumplimiento de la voluntad de Dios. Que el bautismo por el que hemos recibido esta incorporación al Señor despliegue su fuerza en nuestra vida, y que este banquete nos nutra, insertándonos aún más en Cristo, para que en todo momento demos testimonio de la fe que nos alegra y nuestras comunidades gocen de paz y se consoliden, progresando en la fidelidad a Dios, y se multipliquen, animadas por el Espíritu Santo.

Lecturas

Del libro de los Hechos de los Apóstoles (9,26-31)

Cuando Pablo regresó a Jerusalén, trató de unirse a los discípulos, pero todos le tenían miedo, porque no creían que se hubiera convertido en discípulo. Entonces, Bernabé lo presentó a los apóstoles y les refirió cómo Saulo había visto al Señor en el camino, cómo el Señor le había hablado y cómo él había predicado, en Damasco, con valentía, en el nombre de Jesús. Desde entonces, vivió con ellos en Jerusalén, iba y venía, predicando abiertamente en el nombre del Señor, hablaba y discutía cn los judíos de habla griega y éstos intentaban matarlo. Al enterarse de esto, los hermanos condujeron a Pablo a Cesarea y lo despacharon a Tarso. En aquellos días, las comunidades cristianas gozaban de paz en toda Judea, Galilea y Samaria, con lo cual se iban consolidando, progresaban en la fidelidad a Dios y se multiplicaban, animadas por el Espíritu Santo.

Salmo Responsorial (Sal 21)

R/. Bendito sea el Señor. Aleluya.

Le cumpliré mis promesas al Señor delante de sus fieles.
Los pobres comerán hasta saciarse
y alabarán al Señor los que lo buscan:
su corazón ha de vivir para siempre. R/.

Recordarán al Señor y volverán a él
desde los últimos lugares del mundo;
en su presencia se postrarán todas las familias de los pueblos.
Sólo ante él se postrarán todos los que mueren. R/.

Mi descendencia lo servirá
y le contará a la siguiente generación,
al pueblo que ha de nacer,
la justicia del Señor y todo lo que él ha hecho. R/.

De la primera carta del apóstol san Juan (3,18-24)

Hijos míos: No amemos solamente de palabra; amemos de verdad y con las obras. En esto conoceremos que somos de la verdad y delante de Dios tranquilizaremos nuestra conciencia de cualquier cosa que ella nos reprochare, porque Dios es más grande que nuestra conciencia y todo lo conoce. Si nuestra conciencia no nos remuerde, entonces, hermanos míos, nuestra confianza en Dios es total. Puesto que cumplimos los mandamientos de Dios y hacemos lo que le agrada, ciertamente obtendremos de él todo lo que le pidamos. Ahora bien, éste es su mandamiento: que creamos en la persona de Jesucristo, su Hijo, y nos amemos los unos a los otros, conforme al precepto que nos dio. Quien cumple sus mandamientos permanece en Dios y Dios en él. En esto conocemos, por el Espíritu que él nos ha dado, que él permanece en nosotros.

R/. Aleluya, aleluya. Permanezcan en mí y yo en ustedes, dice el Señor; el que permanece en mí da fruto abundante. R/.

Del santo Evangelio según san Juan (15,1-8)

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el viñador. Al sarmiento que no da fruto en mí, él lo arranca, y al que da fruto lo poda para que dé más fruto. Ustedes ya están purificados por las palabras que les he dicho. Permanezcan en mí y yo en ustedes. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco ustedes, si no permanecen en mí. Yo soy la vid, ustedes los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante, porque sin mí nada pueden hacer. Al que no permanece en mí se le echa fuera, como al sarmiento, y se seca; luego lo recogen, lo arrojan al fuego y arde. Si permanecen en mí y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y se les concederá. La gloria de mi Padre consiste en que den mucho fruto y se manifiesten así como discípulos míos.